jueves, 7 de octubre de 2010

LA ADORACIÓN EN ESPÍRITU Y EN VERDAD


"El Padre busca adoradores en
Espíritu y en verdad" (Jn.4, 23)

II

¿Queréis ser felices en el amor a Jesús? Vivid pensando continuamente en la bondad de Jesús, bondad siempre nueva para vosotros. Ved cómo trabaja el amor de Jesús sobre vosotros. Contemplad la belleza de sus virtudes; considerad más bien los efectos de su amor que sus ardores; el fuego del amor es en nosotros algo pasajero, pero su verdad permanece. Comenzad todas vuestras adoraciones por un acto de amor, que así abriréis deliciosamente el alma a la acción de la divina gracia. Muchas veces os detenéis en el camino porque empezáis por vosotros mismos; otras os extraviáis, porque os fijáis en alguna otra virtud que no es la del amor. ¿No abrazan los niños a su madre aún antes de hacer lo que les manda? El amor es la única puerta del corazón.

¿Queréis distinguiros por la nobleza de vuestro amor?... Al que es el amor por esencia habladle del amor. Hablad a Jesús de su Padre celestial, a quien tanto ama; recordadle los trabajos que se ha impuesto por la gloria de su Padre e inundaréis su espíritu de felicidad. Él, en retorno, os amará cada vez más.
Hablad a Jesús del amor que tiene a todos los hombres y veréis cómo la alegría y el contento ensanchan su divino pecho, al mismo tiempo que vosotros participáis de esos dulces afectos; habladle de la santísima Virgen y le renovaréis la dicha de un buen hijo que, como Jesús, ama entrañablemente a su Madre; habladle de sus Santos y le glorificaréis reconociendo la eficacia de su gracia.
El secreto del amor está en olvidarse, como san Juan Bautista, de sí mismo, para ensalzar y alabar a Jesucristo.

El verdadero amor no atiende a lo que da, sino a los que merece el amado.

Si obráis de esta manera, satisfecho Jesús de vuestra conducta, os hablará de vosotros mismos, os manifestará su cariño y preparará vuestro corazón para que al aparecer en él los primeros rayos el sol de su divino amor quede abierto a la acción de la gracia, a la manera que la flor, húmeda y fría durante la noche, abre su corola al recibir los primeros fulgores del astro del día. Entonces su voz dulcísima penetrará en vuestra alma como el fuego penetra en los combustibles y podréis decir con la esposa de los Cantares: “Mi alma se ha derretido de felicidad a la voz de mi amado" (Ct.5, 6). Escucharéis esta voz en silencio, o mejor, en el acto más intenso y suave del amor: os identificaréis con Él.

El obstáculo más deplorable al desenvolvimiento de la gracia del amor en nosotros es el comenzar por nosotros mismos tan pronto como llegamos a los pies del buen Maestro, hablándole, en seguida, de nuestros pecados, de nuestros defectos y de nuestra pobreza espiritual; es decir, que nos cansamos la cabeza con la vista de nuestras miserias, y contristamos el corazón oprimiéndolo por el pensamiento de tanta ingratitud e infidelidad. De esta manera la tristeza produce pena, y la pena desaliento; y, para recobrar libertad en presencia del Señor, no salimos de este laberinto sino a fuerza de humildad, de angustia y sufrimiento.

No procedáis así en adelante. Y comoquiera que los primeros movimientos de vuestra alma determinan, de ordinario, las acciones subsiguientes, ordenadlos a Dios y decidle: "Amado Jesús mío, ¡cuánta es mi felicidad y qué alegría experimento al tener la dicha de venir a verte, de venir a pasar en tu compañía esta hora y poderte expresar mi amor! ¡Qué bueno eres, pues que me has llamado; cuán amable, no desdeñándote en amar a un ser tan despreciable como yo! ¡Oh, sí, sí; quiero corresponder amándote con toda mi alma!"

El amor os ha abierto ya la puerta del corazón de Jesús: entrad, amad y adorad.

San Pedro Julián Eymard